Me levanté justo cinco minutos antes de que la música irritante de ese estúpido despertador comenzase a sonar. Parecía que no iba a acabar nunca. Desayuné poco… no me encontraba con hambre y, decidido, salí a la calle. Hacía un día verdaderamente soleado, parecía que el sol decidiera quedarse ahí, sin moverse, alegrándonos el día, pero… después del claro y bonito día siempre viene la oscura y tenebrosa noche.

Me acerqué sobre las nueve y media a su casa. Era raro, llevaba toda la tarde sin llamarme. Sospechaba que algo tenía que haberle pasado. No cogía ni el teléfono. Llamé cuatro veces a la puerta, sin respuesta. Así que decidí romper la cerradura, como había aprendido justo antes de prepararme para las oposiciones de Policía Nacional. Conseguí entrar, la llamé y no había respuesta, sólo un dichoso eco que me perseguía por toda la casa.

Encontré una nota, un trozo de papel roto, ilegible, pegado a la puerta superior de esa nevera, esa nevera que yo le había regalado una semana antes. La cogí, la guardé en el bolsillo de esa chaqueta que seguía oliendo a sus besos y abrazos y decidí subir a su habitación.

Estaba todo vacío, no había ropa, ni nada que le perteneciera. Supuse que se había marchado de vacaciones pero no, ella no era así, me habría avisado.

Salí corriendo hacia mi casa, quizás había algún mensaje en el contestador.

(continuará…)