Blog de Sofía: Inténtalo… ¡y consíguelo!

OSO GONZÁLEZ

CAPÍTULO I

Me desperté, aturdido por el sonido de mi nuevo despertador. Alcé la pata hacia él y palpé un botón. “Pip, pip pipip, piiiiiiiip”. Desesperado, lo agarré y lo lancé a la otra esquina de la habitación.

-Vayach, veoch que el despertadorch no ha tenidoch un buench primerch día…

Gruñí, y me revolví, incómodo, entre las mantas que me cubrían.

-Vengach, hombrech, que si noch llegaremoch tardech.

Hice que no la oía y comencé a fingir que roncaba.

-Oso González…

Gruñí de nuevo, pero esta vez desistí, y me levanté. Pelusa me sonrió, y bajó a preparar el desayuno. Mientras, me vestí con mi habitual camiseta naranja, que había sido lavada ayer por segunda vez en diez años. Cogí mi cepillo, y me peiné las orejas, de forma que el pelo quedase hacia arriba, de punta.

Giré la cabeza, y miré al espejo. Una figura marrón, con una cara redonda e infantil se alzaba ante mí. Estiré las patas y me acaricié el pelaje que me cubría la panza. Me puse de lado, y una mueca de decepción insinuó mi cara al ver que un verano entero yendo al gimnasio no había servido de nada.

-Cariño, ¡a desayunar!

Bajé las escaleras, cansado de recordar la típica escenita de “me levanto el primer día de clase, me visto, y mi madre me llama para desayunar, luego tengo un día horrible en mi nuevo instituto en el que una pija me roba protagonismo, pero al final todo se arregla, y la gano con la ayuda de todos mis amigos”, que parecía salir en todas las pelis.

Me senté en la banqueta, al lado de Pelusa, que intentaba mover una taza de leche fría. La cogí y la acerqué hacia mí. Le di las gracias y me acabé el desayuno mientras mi madre me regañaba por ser tan vago y me comparaba con Pelusa. Subí de nuevo a mi cuarto, me eché un último vistazo en el espejo y, agarrando mi mochila, salí disparado escaleras abajo.

Pelusa me esperaba en la puerta, junto con mi madre, que se despidió, pues tenía que ir a trabajar, me dio un último beso a mí, y otro a Pelusa, y se fue, no sin antes recordarme que cogiera las llaves.

Cuando me aseguré de que tenía todo, Pelusa saltó a mi pata y trepó hasta mi hombro. Salí y cerré la puerta justo en el momento en que mi amiga gritaba:

-Oso González, ¡las llavech!

Había dejado dentro las llaves…otra vez. Pelusa se llevó las manos a la cabeza, y se arrastró por el agujero de la ventana, ya pensado para esas ocasiones, mascullando por lo bajillo. Yo siempre le recordaba que eso era lo bueno de ser una pulga, que cabía por cualquier sitio. Salió al cabo de un minuto, arrastrando las “pesadas llaves”. Las cogí, y subí a mi amiga hasta mi hombro, donde se acomodó de nuevo. Guardé las llaves en la mochila, y emprendí mi camino hacia el instituto.

CAPÍTULO II

Paré delante de unas grandes puertas que se alzaban ante mí. No pude evitar pensar en cómo Pelusa vería aquello. Era un edificio enorme y antiguo, tétrico y siniestro, pero, extrañamente, en el que la gente reía y disfrutaba. Agarré a Pelusa, que estaba en mi hombro, y juntos, entramos en la estancia.

Mi primer pensamiento fue de miedo, pues no me esperaba algo semejante. En la sala central había unas puertas encima de las cuales podía leerse “Conserjería”, “Atención a alumnos”, “Atención a padres”, y “Dirección”. Me dirigí al último, y una marmota ya entrada en edad me tomó los datos y me indicó a dónde debía ir. Subí unas escaleras y entré en el “Salón de actos”, cómo me había indicado. Tomé asiento junto a unos koalas que, de pronto, estallaron en una pelea en la que yo me vi implicado, pues un profesor se acercó a mí y me situó en una silla entre los dos koalas, que no por eso dejaron de discutir.

-Hola. –me giré, detrás de mí distinguí a un conejo blanco, con la cabeza demasiado grande en comparación a sus diminutas patas. –Me llamo Algodón, y… veo que ya conoces a Claire y a Alexandre. –añadió, señalando a los dos koalas.

-Soy Oso González, y esta es Pelusa. –el conejo me sonrió, y abrió la boca dispuesto a hablar, pero la directora lo hizo antes que él.

-Bienvenidos a 1º de la ESO. Esperamos que todos os sintáis a gusto en este nuevo instituto. –se oyeron murmullos. –Ahora, procederemos a indicar vuestras respectivas clases. – se oyeron decenas de nombres y clases, hasta que llegaron al mío:

-Oso González. Primero D. –sonreí, y me encaminé hacia mi clase, pero Pelusa me recordó que todavía no la habían nombrado. Me senté de nuevo, a su lado.

-Pelusa González. Primero A. –Pelusa me miró, asustada, y yo la consolé con una mirada. Me agarró del brazo pero lo retiré, prometiéndole que haría amigos.

A mí también me dolía no estar con Pelusa, pero no lo demostré, porque entonces se pondría más triste. Ella sin mí, era… era una pulga solitaria en un instituto lleno de animales enormes a sus ojos. Nunca me había separado de mi hermana… De hecho, nunca la había visto como una hermana. Es cierto que desde que la conocí siempre ha vivido en mi casa, e incluso le hemos puesto mi apellido, pero… ¿la podía llamar “hermana”? Quizá el término exacto estuviera en “media hermana” o “hermanastra”.

Llegué a mi clase siguiendo las indicaciones de los profesores, y tomé asiento. Durante tres horas, los profesores de matemáticas, inglés y ciencias naturales se presentaron en nuestra clase. Nuestra tutora, una liebre alta y más bien rellena, nos colocó por orden alfabético. Yo me senté con una yegua blanca, de ojos saltones y una gran crin rubia, que obviamente tenía que ser una peluca. Me dirigió una mirada, y, al verla de frente, distinguí un cono de cartón que llevaba pegado a la frente, como si estuviera intentando semejar un unicornio.

-Soy Oso González. –le dije, procurando ser amable.

-Hola. –la miré, intentando que me dijera su nombre, hasta que me di cuenta de lo despistada que era y le pregunté cómo se llamaba.

-Soy Selva Roca. ¡Soy un unicornio!-añadió, elevando las patas hacia el cielo. Entonces me di cuenta de que no sólo era despistada…

Las clases se me hicieron eternas, pero hubo un recreo de media hora, que pasé hablando con Pelusa. A última hora nos comunicaron que al día siguiente nos guiarían en una visita por todo el instituto. En cuanto sonó el último timbre, un revuelo increíble se armó en los pasillos. Preocupado por Pelusa y su pequeño tamaño, fui a buscarla a su clase, luchando contra la corriente de alumnos que corrían hacia la salida. Para mi sorpresa, la encontré hablando con un piojo, que por lo visto tenía su mismo problema. La recogí y la conduje hacia la salida.

-Oso González… ¡hoych me lo hech pachado genialch! ¡He hechoch un amigoch!

-Me alegro, Pelusa. ¿Qué tal tus profesores?

-Son muych majoch.

Sin dejarme tiempo a responder, Pelusa comenzó a narrarme, detalle a detalle, como había sido su día, su primer día.

CAPÍTULO III

“¡Hop!”. Me levanté de un salto de la cama, y me vestí rápidamente. Pelusa ya se estaba aseando en el baño. Cogí mi camiseta y me la puse mientras me calzaba y bajaba a desayunar.

-¡Hola, mamá! -le di un beso en la mejilla y, mientras me servía el desayuno, me preguntó:

-¡Hola! ¿Cómo estás tan amable hoy?

-Es mi segundo día de clase, ¡tengo ganas! -le sonreí y terminé de comerme mi bollito mojado en leche semidesnatada.

Subí las escaleras y entré en el baño, del que Pelusa había salido hacía ya un buen rato. Me aseé, y finalmente, cogí mi mochila y esperé a mi amiga en la puerta. Mi madre se despidió, me deseó suerte y se fue a trabajar. Pronto apareció, con las llaves a cuestas, y trepó hasta mi hombro. Cerré la puerta y comencé mi camino hasta el instituto.

Llegué cinco minutos antes de que sonara el timbre. Acompañé a Pelusa a su clase, y luego, llegué hasta la mía, donde inicié una conversación con un labrador de pelo castaño:

-¡Hola! Soy Oso González.

-Me llaman Crisis. ¿Qué te ha parecido el nuevo instituto?

-No está mal. -reí. Pronto llegó un oso panda, más pequeño que yo, aunque de mi edad, y me sonrió.

-Hola, Crisis. Hola… -añadió, girándose hacia mí.

-Oso González.

-Soy Ela Pández.

Pronto una profesora interrumpió nuestra conversación, y exclamó:

-¡Todos a sus sitios!

Corrí hacia mi sitio, donde la yegua blanca que había conocido el día anterior ya estaba sentada.

-Hola -saludé, y me acomodé a su lado. Me hizo un gesto con la cabeza, y la profesora comenzó a hablar:

-Soy la directora. Os guiaré en una visita del instituto. Seguidme.

Todos nos levantamos, y la directora nos sacó al pasillo. Nos llevó hasta el vestíbulo y bajamos las escaleras, hasta llegar a una habitación con mesas y una barra de bar detrás de la cual se encontraban dos animales que nos ofrecieron comida. Yo acepté una galleta, y me la comí, bajo la atenta mirada de mi compañera, Selva Roca, que pronto se acercó a mí.

-Hola. ¿Me das un trozo?

-Claro. -la partí a la mitad, y le di el trozo más grande. Me dió las gracias y continuamos siguiendo a la clase juntos.

-La cafetería. Podéis comprar comida siempre que queráis.

Continuamos andando hasta el patio, enorme, donde se encontraban un par de mangostas jugando al baloncesto.

-El patio del recreo.

Lo inspeccionamos durante media hora, rincón a rincón, hasta que finalmente la directora nos condujo hasta el laboratorio.

-Probablemente regreséis en ciencias naturales. Volvamos a vuestra clase, se ha hecho tarde.

Pasamos por la cafetería de nuevo, dónde me ofrecieron otra galleta que acepté y compartí con Selva, de nuevo.

Después de la visita, tuvimos plástica y francés, donde nos dividieron en dos grupos: francés y alemán. Todos mis conocidos se habían marchado en el grupo de alemán, así que me quedé con una gata de gafas azules, llamada Pal. Mantuvimos una conversación durante toda la clase, sin casi atender a las explicaciones.

En el recreo, Pelusa me comunicó que debía ir a conserjería, pues había un problema con sus datos. Como no podía acompañarla, salí al patio, dónde encontré a Algodón y a Claire y Alexandre, discutiendo.

-Hola, Oso González.

-Hola, ¿qué les pasa? -le pregunté a Algodón, preocupado.

-Bah -le restó importancia con un gesto de la mano. -lo de siempre.

Pasé el resto del recreo con ellos, hablando de las clases, mientras los koalas continuaban con su discusión.

De nuevo en clase, conocimos a los profesores de lengua castellana, ciencias sociales y matemáticas, aunque este último ya nos había dado clase el día anterior.

Cuando sonó el timbre final y salí afuera, me sorprendió encontrarme a Pelusa esperándome, y volvimos a casa, contándonos cómo había ido el día y comentando qué nuevos amigos habíamos hecho.

CAPÍTULO IV

Me acomodé en mi asiento, en clase. Selva me sonrió. Ya pasaban cinco minutos de la hora, Pelusa y yo nos habíamos retrasado, pero mi profesor todavía no había llegado. Pronto llegó un topo mayor, con gafas, quien nos comunicó que nuestro profesor no había llegado hoy, por lo que podíamos adelantar trabajo. En lugar de ello, comencé una conversación con mi compañera de asiento, durante la cual trabamos amistad.

-¿Por qué llevas siempre esa… cosa en la cabeza? –pregunté, señalando su cono de purpurina, con el que ya me había familiarizado. Entornó los ojos, y, restándole importancia, murmuró:

-Me gusta ser un unicornio. –no cuestioné su palabra y cambié rápidamente el tema de conversación. Pronto, Crisis, el perro labrador que se encontraba delante de nosotros, se giró y llamó a la yegua, tirándole ligeramente del pelo. Reí por lo bajo, pues me había demostrado que su pelo no era una peluca, al contrario de lo que yo creía.

Durante la segunda hora, estando en clase de matemáticas, estuvimos haciendo ejercicios, que no se me daban demasiado bien, por lo que estuve volviendo atrás una y otra vez, así que se me fueron acumulando para hacerlos en casa.

En el recreo, cogí mis galletas y bajé al patio donde me reuní con Claire y Alexandre, que aún discutían, y pronto llegó Algodón, que intentó calmarlos, sin resultado. El recién llegado y yo comenzamos a entablar una conversación, en la que de pronto me acordé de Pelusa. Fui corriendo a buscarla, deseando que nadie la hubiera aplastado o que se sintiera sola. Al contrario, la encontré rodeada de siete animales (todos pequeños, aunque no tanto como ella). Estaban riendo, y eso me alegró. La dejé con sus amigos y volví con los míos, a los que di mi número de teléfono, pues se nos ocurrió que podríamos reunirnos para hacer los deberes algún día.

Al final de las clases, recogí a Pelusa y volvimos a casa con un amigo suyo, que se presentó como Teo, un piojo de su clase. Lo acompañamos hasta su casa, que tan sólo estaba a doscientos metros de la nuestra, y volvimos corriendo para comer.

Mientras Pelusa se zampaba medio grano de arroz y nos contaba sus aventuras en clase, sonó el teléfono. Corrí a cogerlo, y me sorprendió oír la voz de Algodón al otro lado de la línea.

-Hola, Oso González. He hablado con Alexandre y Claire, y nos preguntábamos si querrías quedar para hacer los deberes. Dicen que podríamos ir a su casa. –acepté, emocionado, aunque no sin antes preguntarle a mi madre.

Acabé de comer corriendo, aunque habíamos quedado a las cuatro. Preparé una mochila con libretas y libros y me armé a Pelusa al hombro. A las cuatro y cinco minutos apareció el coche de Algodón en la puerta. Subí corriendo, y llegamos a la casa de los hermanos koala. Claire salió corriendo a abrirnos, y Alexandre vino detrás. Nos enseñaron su casa, que a simple vista me pareció inmensa, y nos condujeron a su habitación que, graciosamente, habían tenido que separar con una enorme estantería, a causa de sus peleas de hermanos. Nos acomodamos en el suelo, pues la habitación estaba totalmente desordenada, y no quedaba más hueco que una pequeña parte de la moqueta. Comenzamos a hacer los deberes, lo que nos llevó toda la tarde, pues rara vez estudiábamos, porque nos pasamos toda la tarde jugando y riendo.

CAPÍTULO V

-¿Irás a su cumpleaños? –me giré, sorprendido al ver que los hermanos koala habían parado de discutir.

-¿Al cumpleaños de quién? –pregunté, curioso.

-¡Al de Algodón! –gritaron al unísono.

-Ah, no sabía que sería su cumpleaños. –dije, intentando que no se notase.

-Es el viernes.

-¡Sí! ¡Es el viernes! –interrumpió Claire.

-Vamos a ir a su casa a darle una sorpresa. ¿Te vienes?

-Sí, ¿por qué no?

-¡Genial! Entonces, ven a nuestra casa…

-A las cuatro, -esta vez fue Alexander quién interrumpió a su hermana. –planearemos todo allí.

Sonó el timbre en el momento en que aceptaba su invitación, y volví a mi clase. Saludé a Selva y a Crisis mientras se iban a la clase de alemán. Cogí sitio al lado de Pal, la gata de la cuál ya me había hecho amigo, y pasé el resto de las clases pensando en el cumpleaños de mi amigo Algodón.

-¿En cherio? ¡Felicítaloch de mi partech!

-Lo haré, Pelusa, pero tú también puedes venir.

-¡Grachiach, peroch he quedadoch con Teo!

Abrí la puerta y la dejé pasar. Tiré mi mochila a un lado, y fui directo a la cocina. Mis padres estuvieron de acuerdo en dejarme ir, y también en que Pelusa quedase con su amigo. Llamé a Alexander para confirmar su invitación, y me propuso ir andando hasta su casa, pues no quedaba muy lejos.

Con el último trozo de comida aún en la boca, subí a mi habitación y preparé lo necesario para ir. Esperé hasta las cuatro menos diez, y entonces salí de casa. Me encontré a los hermanos koala discutiendo en la mitad del camino, y continuamos juntos hasta su casa.

Pensamos durante un buen rato qué hacer, y a la media hora, lo decidimos. Cogimos una cartulina verde y la recortamos en forma rectangular. Más tarde, cuando Algodón debería de estar en la piscina, llamamos a su madre, quién nos comunicó que podíamos llevar a cabo nuestro plan. A pesar de haber hecho una tarjeta de cumpleaños, decidimos también hacerle una tarta, por lo que fuimos a comprar los ingredientes necesarios.

Preparamos todo lo que podíamos hacer, hasta que a las ocho, llegó el momento de irme. Estaba muy nervioso, pues su cumpleaños sería dentro de dos días, y, aunque ya teníamos todo preparado, estaba emocionado por la sorpresa.

Llegué a casa, y me alegré de que Pelusa hubiera pasado un buen día. Le di un cálido abrazo y compartí con ella mi ilusión del viernes.

CAPÍTULO VI

-¡Sorpresa! -gritamos, al ver la cara de sorpresa de Algodón, en la puerta de su casa. -¡Feliz cumpleaños, Algodón!

-Gra… ¡Gracias! -consiguió tartamudear. -¡Pasad!

Entramos en su casa y le tendimos la tarta y su tarjeta de felicitación. Después de agradecérnoslo, nos ofreció algo para picar. Lo aceptamos encantados y nos pusimos a jugar por el jardín.

Al cabo de un rato, cuando ya estábamos cansados, entramos en casa y comenzamos a charlar.

-¿Qué haréis en Navidad? -preguntó Algodón.

-Yo iré a casa de mis abuelos. -contesté.

-Nosotros también. -Claire y Alexander hablaron al unísono, como ya era natural.

-Yo no he tenido tiempo de pensarlo, estoy muy estresado con todos los exámenes.

-Venga, hombre, ¡si no es para tanto! -le animó Alexander.

-Sí que lo es. -Algodón apartó la vista. -Esta semana he tenido siete exámenes, y la que viene tendré otros tantos.

Los hermanos koala intercambiaron una mirada.

-Además, a mí sólo se me dan bien los idiomas. ¡Soy lo peor en matemáticas!

-Algodón, no te preocupes, podemos ayudarte. -salté yo.

-Cierto. Oso González es bueno en matemáticas, y nosotros en las ciencias. Si tú eres bueno en los idiomas, ¡podríamos ayudarnos mutuamente! -razonó Claire. Algodón levantó la mirada y asintió, feliz.

-Podemos quedar todos los viernes, por ejemplo. Cada vez en una casa distinta.

-¡Y podríamos quedarnos a dormir!

-¡Eso sería genial!

-Empezaremos el viernes que viene.

-¡Sí! ¡En nuestra casa! -Claire parecía muy dispuesta. Todos nos echamos a reír.

-Aunque sólo quede un viernes antes de Navidad, no veo por qué no. -admití, al ver que todos me miraban, pues yo no había dicho nada hasta el momento. -Incluso podríais venir a mi casa.

Después de otro rato discutiendo, por fin quedamos en reunirnos el viernes siguiente en mi casa. Así podríamos ayudarnos mutuamente, e incluso a nosotros mismos.

Llegó la hora de irse, y me despedí de Algodón.

-¡No os vayáis! ¡Lo hemos pasado muy bien! -de pronto, se le iluminó la cara. -¡Quedaos a dormir! -miró a su madre, quién estuvo de acuerdo con la idea.

-Yo tendría que llamar a mi casa… -contesté.

-¡Pues aquí tenéis el teléfono! -lo acepté y llamé a mi casa. Me emocioné al saber que mis padres estaban dispuestos. Después de que Claire y Alexander llamaran también, comenzamos a dar saltos y reír.

Cenamos, y, tras ver un rato la televisión, nos acostamos. Pasamos casi toda la noche en vela, sin parar de hablar y reír. Claire fue la primera en dormirse, pues no le gustaba estar despierta. Después, Alexander y yo nos dormimos casi al mismo tiempo, aunque yo me desperté media hora después. Me giré hacia Algodón, quién miraba al techo, con una sonrisa de oreja a oreja. Probablemente se sintiera mucho mejor ante el hecho de la ayuda para estudiar. Me alegré por él, aunque también por mí mismo.

 

CAPÍTULO VII

-Oso González. -me levanté y recogí mi boletín de notas de la mano del profesor.

Habían pasado dos semanas desde el cumpleaños de Algodón, durante las cuales nos habíamos ayudado los cuatro mutuamente con los estudios. Las notas que hoy nos daban reflejarían nuestros esfuerzos.

Tras dar una decena más de notas, Selva recogió las suyas, y las abrimos a la vez.

Me alegré al descubrir mis buenas notas. Con tan sólo dos notables, eran bastante parecidas a las de mi compañera, por lo que los dos nos alegramos aún más.

Cuando sonó el timbre me precipité fuera de clase, en busca de mis amigos, quienes ya me esperaban fuera. Nos comunicamos nuestras notas y saltamos juntos de alegría.

Volvimos juntos a casa, incluyendo a Pelusa, como hacíamos normalmente. Algodón fue el primero en llegar, y seguidamente, Pelusa y yo nos depedimos de Claire y Alexander.

Llegamos a casa y nos tiramos en el sofá, pues al fin estábamos de vacaciones. En un par de días sería Navidad, y el árbol ya estaba decorado. En pocas horas partiríamos a casa de mis abuelos para pasar allí la Nochebuena, por lo que me apresuré a comer y a montar en el coche, seguido de Pelusa.

Tras dos horas de trayecto, llegamos a nuestro destino. Saludamos a nuestros abuelos y nos apresuramos a deshacer las maletas.

Durante los dos días siguientes no hicimos prácticamente nada. Nos limitamos a tirarnos en el sofá a contemplar la televisión. Así llegamos a Nochebuena, cuando ayudamos a preparar la comida, y nos llenamos con ella.

Tras la comida, mis abuelos nos ofrecieron dos regalos: uno para Pelusa y otro para mí.

-¡Gracias! -saltamos, al descubrir una camiseta, que me puse al instante.

El regalo de mis padres fue un juego de mesa y un puzzle para Pelusa, con el que los dos nos alegramos.

Al terminar, llamé a mis amigos rápidamente.

-¡Hola, Oso González!

-¡Hola! ¿Cómo estáis? ¿Qué os han regalado?

-A nosotros una pelota y dos pares de patines. -Claire y Alexander fueron los primeros en contestar.

-A mí un CD de mi grupo favorito. -Algodón también parecía entusiasmado.

-¡Estoy deseando reunirme con vosotros!

Tras una conversación que duró diez minutos más, Pelusa y yo estrenamos nuestros regalos y toda la familia, incluyendo a nuestros abuelos, nos reunimos en torno a las mesa del salón para jugar al nuevo juego de mesa, para terminar acostándonos a las dos de la madrugada, pero con una gran ilusión deseando el año nuevo, que tomaría lugar en tan sólo seis días.

 

(Continuará)