Memorias de un gato

CAPÍTULO I

¿Qué hora es? Las doce del mediodía. ¡Uff! ¡Qué sueño tan profundo! Llegué a mi querida casita; después del viaje al lugar donde nací, a las ocho y media y llevo durmiendo desde entonces. ¡Qué hambre! Voy a bajar a la cocina a ver si hay algo para picar.

¡Bien! ¡Perfecto! Mi plato como siempre está lleno. Sí, mi vida es un chollo. No he olvidado el complejo de que en el pasado, a mis antepasados, les trataban como dioses. ¡Tengo su sangre! ¿Qué le quieres? Ah, nosotros los gatos, somos de lo que no hay. ¿Cómo? ¿Pensabais que era una persona? ¡Já, seréis perros! Bueno, perdón, la verdad es que es lógica la confusión. Nos parecemos bastante. ¡Hasta mis amos creen que hablo! ¡Alucina! Pero no me puedo quejar, ellos son los mejores. Por eso me hice mascota, bueno, por eso, y porque no me quedaba otra opción.

CAPÍTULO II

“¡Miau, miau!” Sentí como alguien me lamía la cabeza. Escuchaba otras voces pero no veía nada. Perdí el conocimiento. Cuando me desperté, vi a mi madre: una gata blanca y negra, hermosa. Estaba descansando. ¡Ay! ¿Quién me ha mordido la oreja? Era un gato pequeño, gris, como yo. Pero algo no me cuadraba. ¿Dónde estaban las otras voces que había escuchado?

Estaba en un lugar con poca luz y lleno de paja pero notaba que no había nadie más, sólo nosotros tres. Al día siguiente, por fin salimos fuera de ese recinto oscuro. Mi hermano y yo íbamos a cazar y, de repente, oímos pisadas. No sabíamos de quienes eran pero estaban cerca. Rápidamente, mi hermano me empujó y nos escondimos debajo de un objeto grande y gris con ruedas, entonces, los vimos. Eran grandes y alargados. Sólo tenían pelo en la cabeza y caminaban de pie. Eran unos seres de lo más raro. Mi hermano llamó mi atención. Era hora de irse. Sigilosamente, salimos de debajo de ese trasto y nos fuimos a nuestra guarida.

Esa noche no paraba de pensar en lo horrible que sería estar solo, encontrarme cara a cara con esos seres. Al final el sueño me venció”.

CAPÍTULO III

Me desperté con la luz dándome en los ojos. “¿Qué raro? “Pensé, “¿Pero si en la guarida apenas había luz?” Abrí los ojos del todo. Estaba en un campillo. Había una casa en ruinas y otra algo moderna. Miré a mi alrededor pero no encontraba mi casita ni a mi madre ni a mi hermano.

¡No! No, no, no…” “Esto no me puede estar pasando”. Fui por ahí dando tumbos, maullando, llamando a los gatos que más me importa en el mundo.

Después de estar un rato buscándolos, desistí y me tumbé. ¡Qué hambre tenía! Escuché un ruido que venía que venía de un cobertizo, me escondí.

La puerta se abrió y salió uno de esos seres. Llevaba un recipiente en una pata (perdón, en la mano) y vertió un líquido blanco en un cacharro del suelo, luego, se metió dentro.

Yo, me acerqué, cauteloso, pensando que, en cualquier momento podría salir y cazarme. Ya me había decidido a olisquear esa substancia cuando, la puerta se abrió.

Bien, diréis vosotros “ Ay, es el fin “. Pero no, tranquis. Ese fue el motivo por el que empecé a confiar en los humanos. Sigo contando: La puerta se abrió y yo salté hacia atrás, asustado. El hombre (así es como se llamaba) en vez de venir a por mi, se agachó, me miró con ternura y dijo algo que no entendí. Se retiró y yo me acerqué con cuidado. Estiró la mano y yo me asusté. La retiró y me volví a acercar. Olí ese líquido raro y le di un lengüetazo. ¡ Que rico sabía! Me lo bebí todo. Maullé buscando máos pero el movió la cabeza y se fue. Decidí estudiar el terreno y buscar otro refugio, ya que podía ser que me encontrase con seres menos amistosos. Cuando el sol desapareció en el horizonte, me retiré a mi improvisado refugio. Lo había tomado como base hasta que encontrase a mi familia. A la mañana siguiente fui al mismo sitio donde me habían dado el brebaje blando. Allí estaba el hombre del día anterior. Me miró, entró en el cobertizo y, al poro rato, volvió con el cacharro con ese líquido en el interior.

Los días transcurrieron así durante meses. Había llegado a confiar tanto en él que hasta me subía a su hombro. (Sí, lo sé, ahora me estáis visualizando como uno de esos pajarracos que repiten las cosas). Un día el hombre aparición con unos seres parecidos a él, pero más pequeños. Al principio desconfié, pero vi que no me harían daño y me acerqué a ellos. Había pasado casi un año desde que había perdido a mi familia. Ya me había acostumbrado a ellos: me daban de comer, me acariciaban… Un día, por la tarde, me metieron en una caja de cartón con agujeros. Sentí que me metían en otra caja muy grande, que empezó a hacer ruido y a moverse.

Continuará…